Colegio de Biólogos de Costa Rica

Licidia y la biología

Por:  M.Sc. Licidia María Rojas (biol.)

A mí siempre me gustaron las historias y la naturaleza, desde niña, y me parece que esta, es una buena oportunidad para contar un poco de la mía.

Quizá cursaba el cuarto año escolar, en una zona rural de Occidente y a esa edad, recuerdo bien que tal vez mis notas no eran muy brillantes, pero amaba sentarme a estudiar en las tardes en el corredor de la casa. Un rato estudiaba, y otro rato me ponía a escuchar los yigüirros o a revisar si había arañas enrolladas en los geranios de la jardinera de mi mamá. Así, la naturaleza en todas sus expresiones me causaba curiosidad y admiración ya desde entonces.  

En mis primeros años de colegio mi profesora de biología y la materia de biología, eran sin duda mis favoritas, aunque no entendía, como se podía desempeñar un biólogo (aparte de ser profesor).  Un día en noveno año, vi un artículo de periódico pegado en una pizarra en el que hablaba de “MIRENEM” (Ministerio de Recursos Naturales Energía y Minas) y me encantó la idea de poder trabajar en algo así. Es día me propuse a mí misma que quería ser bióloga y supe también que quería trabajar donde pudiera estar en contacto con la naturaleza y aportar algo para protegerla.  

Para nadie es fácil la vida estudiantil, pero en mi caso, recuerdo tener que afrontar situaciones quizá no tan comunes. Al mirar atrás y recordar esos obstáculos, me conmueve pensar que “la voluntad todo lo puede” y que siempre “llegan ayudas” (Dios para mí). Yo provengo de una familia campesina que, en algún momento, dudó de que fuera bueno ir al colegio y luego, hubo también temores por tener que trasladarme lejos de la casa, por la Universidad. Recuerdo que mi maestro de sexto grado convenció a mi mamá de que me dejara ir al colegio, le dijo que era una lástima privarme de esa oportunidad. Al principio fue difícil, pero luego, mis papás siempre me apoyaron, aunque pudiera resultarles complejo entender que era lo que yo estudiaba, siempre confiaron en mí.

Una vez que se abrió esa puerta, me aboqué con pasión a estudiar y a luchar por ese sueño de ser profesional y trabajar por la naturaleza. De mi familia yo era la primera en ir a la Universidad, para algunos la hazaña era una riesgosa locura, para otros, un acto de admirar. Integrarme a la Universidad fue un reto, además de afrontar los temores y mitos a mi alrededor, por ejemplo, por mi origen humilde, pude verme un poco en desventaja en comparación con algunos compañeros. Por ser mujer, fue también más complicado obtener la confianza para salir de la casa y llevar una carrera que implicada muchas giras y trabajo de campo.

No obstante, motivada por lo mucho que me gusta la biología, logré terminar mi maestría (me incliné por la rama de la mastozoología). Hice mi tesis estudiando un poquito de la ecología y de la genética de un ratón silvestre que vive en los bosques altos, el famoso Peromyscus mexiscanus o ratón de patas blancas. Nunca olvidaré el olor y la sensación de las mañanas frías de muestreos en los que, muchas veces en compañía de mi fiel amigo y colega Minor Barboza, recorríamos los helados senderos del Volcán Poás y otras montañas como el Chirripó y el Volcán Rincón de la Vieja, en busca de estos hermosos mamíferos silvestres. Luego en el laboratorio, con todo sus reactivos y equipos, la emoción para hacer de una pequeña muestra de sangre o pelo, una corrida de PCR. Paralelo a eso, conté con el apoyo de una especialista en México, quien, de forma muy cálida, además de su asesoría, me brindó muestras y datos de su colección, en busca de algunas pistas sobre la migración de estos ratones desde Norteamérica.

La investigación científica es un campo fascinante, un cultivo perfecto para la curiosidad y la creatividad, para analizar e intentar descifrar incógnitas, lo cual puede resultar interesante y divertido, de mucho aprendizaje y crecimiento.

Luego de varios años de trabajo, terminé mi tesis y me gradué; de ahí llegó el esfuerzo por el salto al mundo laboral que me había propuesto.  

Poco después ingresé como encargada de vida silvestre en una oficina estatal rural. En esa oficina yo era la primera y la única mujer “técnico” en instalarse. Tuve pruebas muy duras, yo era aún poco experimentada en “la calle”, este era mi primer trabajo oficial en campo y tenía que demostrar que mi condición de mujer no me hacía menos profesional o capaz, en medio de un grupo de hombres consolidados. La prueba no duró mucho porque el interinato finalizó cuando el dueño de la plaza regresó, pero fue un periodo en el que empecé a comprender de los conflictos entre los seres humanos y la naturaleza. Y me fui de ahí con la satisfacción de haber encontrado algunos buenos amigos y de recibir cariño y confianza de los vecinos, quienes me buscan para ayudar a rescatar a decenas de animales silvestres heridos o en riesgo e incluso plantas silvestres (a veces tan relegadas, pero a la vez tan fundamentales), en especial las especies en peligro de extinción, como las orquídeas.

Luego de mi incursión en el mundo del manejo de la vida silvestre, conseguí trabajo en otra esfera ambiental, en la llamada “agenda marrón”. La contaminación ambiental, me puso entonces, de cara ante el conflicto entre el desarrollo de las actividades humanas y la protección ambiental. Temas como el uso de los plaguicidas y la contaminación con plásticos, atentan contra la protección de la naturaleza y se tornan difíciles de solucionar en nuestra sociedad actual. Aunque no lo esperaba en este contexto laboral, creo que mi condición de mujer pudo ser un factor en contra en ciertos momentos de toma de decisiones.

Hoy, a pesar de las dificultades de lo recorrido, me siento feliz de lo que he ganado. Creo que mi aporte mayor se relaciona con la sensibilización, la búsqueda de informar y a través del conocimiento, poder concientizar a las personas; con la expectativa de un futuro no muy lejano, con más consciencia y respeto por el entorno natural. Asimismo, he consolidado mi formación académica y científica a partir de la búsqueda de soluciones de la vida cotidiana; siendo lo más importante, el haber encontrado el amor, amistad y apoyo de mucha gente buena.  

Siempre hay metas y proyectos que traen ilusión. Sueño con estar cerca de la naturaleza y poder conocerla un poco más y compartir lo aprendido en pro de un mundo más preocupado por su protección. Algún día, quizá pueda escribir un libro sobre cualquier tema de la biología, o por qué no, volver a hacer investigación, salir de la zona de confort y adquirir nuevos retos laborales.